El gran apagón


Flop, la pantalla del ordenador funde a negro
. Enseguida entro en el chat de whatsapp de Mostaza, los lunes teletrabajo.

– Me acabo de quedar sin luz, veo que afecta a todo el edificio.
– En Mostaza estamos igual.

Hablo brevemente con mi hija mayor, que trabaja en una macroempresa en Sant Cugat.

– Se ha ido la luz en toda España.

Otro flop y me quedo sin conexión.

Me asomo al balcón con mi hija pequeña, que esta semana tiene turno de tarde -no, no irá a trabajar, su seguridad es lo primero-. Reminiscencias pandémicas: hay vecinos en la calle y alguien comenta que el apagón también ha afectado a Francia y Portugal.

Al cabo de una hora, entran mensajes por whatsapp en tropel, parece que Andorra también está en el pack. La breve conectividad se pierde al cabo de nada. Ya definitivamente.

Sin noticias de mi consorte, me tranquiliza saber que trabaja cerca y, en el peor de los casos, podrá regresar a casa caminando, como finalmente sucede, así que a la hora de comer ya somos tres. ¿Qué hacemos? ¿Abrimos la nevera y sacamos lo necesario a toda velocidad? Mejor la dejamos cerrada, quién sabe cuándo recuperaremos la normalidad. Cola en el badulaque de nuestra calle. Se han agotado las existencias de papel higiénico, esa obsesión hispana.

Lo bueno de que me guste cocinar con fuego es que tenemos fogones a gas, y también cerillas, así que puedo preparar unas tortillas. Almorzamos en el balcón, el sol mediterráneo nos ilumina y reconforta.

Echo de menos el transistor al que vivía pegada mi madre. La radio, ese medio que a tantas personas les parece viejuno, es ahora la única conexión con el exterior. Nuestra hija menor propone escucharla en nuestro coche, que está estacionado en los bajos de nuestro edificio. Resuenan conjeturas de ciberataque. Aunque plausibles, preferimos centrarnos en cómo se está solucionando el problema, así que nos quedamos en la emisora de BTV: cuanto más de cerca te toca algo, más necesitas el cobijo de tu comunidad.

Me ataca el síndrome de la improductividad: estoy en horario laboral, pero no rindo, sin mi ordenador no soy nada. El que tengo en casa es de sobremesa, el portátil está en la taquilla de las oficinas de Mostaza. El apagón ha fulminado la tecnología. También la IA, pienso con cierto -y efímero- regocijo. En mi móvil sigue apareciendo una única frase recurrente: “Solo llamadas de emergencia”. Afortunadamente, me acompañan el cuaderno en el que escribo y un bolígrafo, quizás estas notas sirvan para hilvanar mi particular vivencia de lo acontecido.

Vacío la máquina lavavajillas y friego los platos del desayuno y del almuerzo, ¿y si también nos quedamos sin agua? Mi pronóstico se hace efectivo justo antes de empezar a preparar la cena. Cielos, parecen los inicios de un apocalipsis zombi.

Por suerte nuestra hija mayor ha podido llegar de Sant Cugat en el coche de una compañera: se han repartido entre los vehículos privados disponibles después de trabajar con normalidad durante toda la jornada, grupo electrógeno mediante.

Cenamos a la luz de las velas, alrededor de nuestro radio-despertador: disponemos de una batería que lo alimenta, ventajas de que mi marido se dedique a la producción audiovisual.

Pienso en Heidi y Llorenç, que habían ido a Castellón a una reunión, y en Miriam, que vive en el Maresme y había ido a la oficina, pero estoy desconectada del mundo. Hasta las 2:15 de la madrugada, hora en que nos despierta la repentina luz en nuestro dormitorio. Repaso general para revisar interruptores prendidos. El agua sigue cortada.

A las seis y media reviso la catarata de mensajes en los chats de whatsapp. En el del trabajo compruebo, aliviada, que Heidi y Llorenç han podido dormir en un hotel y que Miriam llegó a su casa a una hora razonable, con la dirección de María en el bolsillo por si tenía que quedarse en su casa, la más cercana a la estación de autobuses. Solidaridad mostacil.

Llego a Diagonal 440 y me encuentro con Iban. El ascensor no funciona y optamos por subir hasta la quinta planta por la escalera. Por si acaso.

Y aquí estamos de nuevo. Todo controlado, todo bien.

Helena

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