Antes, media hora de paseo. Ahora, un salto. De la cocina –desayuno, risas, abrazos en familia- al estudio.

Tras mi ordenador, el cielo mediterráneo. Ante mí, un microcosmos: un chat, dos chats, tres chats. Bullen por la mañana con saludos de café con leche.

Letras, puntos, comas y tildes salpican la pantalla mientras afino el teclado con ánimo de pianista. ¿Y luego? A la caza de matices y contexto. Y cariño. Le doy al icono de la cámara. ¡Hola! Nos vemos. Charlamos. Del trabajo, sí, pero también de la vida. De las nuestras. De las de todos.

Helena