Decía Albert Mehrabian, allá por 1967 que sólo el 7% de la comunicación interpersonal son las palabras, el 93% restante es la entonación, la velocidad, la emocionalidad, los gestos… la famosa y misteriosa comunicación no verbal.

Y ahora ¿qué? La mensajería instantánea como Whatsapp, Messenger o Viber, por nombrar algunas,  y redes sociales como Facebook o Twitter, nos convierten en ávidos lectores y prolíficos escritores. ¡Parece que nunca antes habíamos escrito y leído tanto!

No obstante en toda esa literatura, en la mayoría de los casos relacional e informal, el mensaje está descontextualizado y para transmitir nuestros pensamientos y emociones sólo contamos con ese 7% que decía Mehrabian. Si le añadimos la economía del lenguaje que se acorta palabra, ahorra vocales y elimina signos de puntuación, nos quedamos con un código bastante torpe y raquítico para poder expresarnos.

Así que démosle las gracias a Scott Fahlman, un profesor de Carnegie Mellon que para evitar un malentendido se le ocurrió en 1.982 que los dos puntos, el guión y el paréntesis indicaba una carita sonriente y por tanto, una broma. Y para que sus destinatarios lo entendieran sólo hizo falta una sencilla instrucción: : -) Léanlo de lado.

Y a partir de ahí, la cosa se disparó: según Emojitracker, un sitio que mide el uso en tiempo real de emoticonos en Twitter, se emplean alrededor de 300 por segundo en redes sociales y mensajería instantánea.

Los emoticones nos ayudan a revestir de intencionalidad y emoción a nuestra palabra escrita en comunicaciones digitales, tanto es así, que hasta empezamos a ver su uso en la escritura analógica, especialmente en los más jóvenes, cuando sólo disponen de papel y boli para expresarse, no se cortan un pelo y te dibujan un smiley al lado de un “tqm”, así, analógicamente hablando. Y no les falta razón; está comprobado que estos dibujitos traen los matices de la comunicación no verbal a la comunicación escrita y en diferido: una investigación publicada en Social Neuroscience y llevada a cabo por Owen Churches, psicólogo investigador en la Universidad de Flinder, Australia, determinó que ver un emoticono conocido y anteriormente interpretado, provoca una actividad cerebral muy similar a ver una cara real. Es la fuerza de la comunicación simbólica que ya conocemos desde los jeroglíficos egipcios, ahora en versión digital.

Para algunos esta moda es dañina ya que tiende a despersonalizar al individuo, uniformando nuestra emocionalidad al resumir toda una emoción compleja en un solo dibujo. Si el lenguaje representa al pensamiento y todos usamos el mismo código, podríamos caer todos en un pensamiento uniforme, según Jairo Valderrama, profesor de periodismo en la Universidad de la Sabana.

Entonces, ¿representan los emoticonos un empobrecimiento del lenguaje y por tanto del pensamiento, o estamos frente a una herramienta que nos ayuda a dar color y calor a nuestras comunicaciones interpersonales?

Mmmm… Depende de quien lea y quién escriba 😉

Eva Quesada

Analiza, gestiona, coordina, organiza, ejecuta e investiga para Mostaza